día de enanitos rojos y saltamontes azules

Buenos días.

Hoy es día 31 de diciembre. El último día del año y no estaría escribiendo esto si no lo considerara sumamente importante.
Soy uno de esos pringados que viene a trabajar estos días navideños. Ahora mismo, estoy solo en la oficina. El otro compañero que viene hoy aún no ha llegado.
Y la verdad es que temo por su vida...
Os contaré lo sucedido:

Esta mañana, he abierto los ojos y, como cada mañana, me ha costado mucho levantarme. ¿Por qué seré tan perezoso?
De repente, mientras me estaba lavando la cara para quitarme todas esas legañas que me impedían ver los rayos de sol que se filtraban por la ventana, he visto un destello. Un haz de luz roja ha cruzado la habitación y me ha parecido ver dos puntitos de un color rojo más intenso dentro del haz de luz.
No le he dado mucha importancia, porque muchas veces cuando estoy adormilado o no me he acabado de despertar suelo ver cosas extrañas, como aquel fatídico día en el que vi caerse el tarro de la mermelada diez minutos antes de que cayera, llenando todo el suelo de mermelada de arándonos y haciendo que moscas, abejas, hormigas y chinchillas invadieran el salón, dejándome el suelo lleno de agujeros por los que podía ver lo que mis vecinos, los señores Delaviuda estaban haciendo en ese momento, y os garantizo que no fue una visión agradable. Tuve que mudarme después de eso.

Luego me he preparado el desayuno, todavía medio adormilado, medio confundido. Al ir a recoger la botella de leche fresca de la puerta, he mirado al otro lado de la acera y allí, plantado al lado de un árbol he visto un repollo que me miraba fijamente con los ojos más verdes que he visto en la vida. Cuando me he frotado los ojos para ver si veía bien, ya no estaba... ¿Que me estaba pasando? De repente, un fuerte viento se ha levantado y he visto como se llevaba la veleta de mi vecino Valerio, el aviador. Tendré que avisarle esta noche, cuando vuelva de su expedición.
La mañana en mi casa ha seguido como de costumbre, he desayunado, como siempre panecillos de Viena recién horneados con mermelada de arándanos, un vaso de leche caliente con semillas de lino, que mi abuela siempre me decía que son muy buenas, un pedacito de chocolate que mi vecina Aurelia me deja siempre en el alféizar de la ventana y el zumo de una naranja recién exprimida y recogida del Árbol de las Mil Naranjas que da sombra a mi pequeño jardín.
Después de ducharme, afeitarme, vestirme, peinarme y hacer todas esas pequeñas cosas que me gusta hacer para dejar la casa recogida antes de irme a trabajar, he cogido mi chaqueta más caliente y he salido a la calle, dispuesto a enfrentarme a este temporal que últimamente azota las calles.

Ya en la parada del tranvía, he vuelto a encontrarme, como cada mañana, con la señora Juliana, que me ha dado los buenos días con un tono extraño. He notado que miraba a todos lados como buscando algo que estuviera allí, moviéndose de un lado a otro sin parar. Cuando le he preguntado, me ha dicho que estaba siguiendo a los saltamontes azules. En ese momento, he visto algo azul por el rabillo del ojo. Al girarme a mirar, estaba allí, posado en el ala del sombrero de Don Jeremías, el dueño de la licorería. Era un pequeño saltamontes azul, que sonreía maliciosamente. De repente, se ha agachado y ha empezado a morder el sombrero de Don Jeremías... OH! he gritado yo. El saltamontes, mirándome con cara de odio, ha saltado y ha desaparecido.

Entonces a lo lejos hemos escuchado el sonido del tranvía, pero al mirar, la imagen del tranvía era una imagen difusa. Era como cuando ves algo lejano en pleno desierto, una ilusión óptica creada por el calor, que hace que los objetos parezcan estar en movimiento... La razón ha sido desvelada cuando el tranvía estaba a punto de llegar a la estación. Miles de mariposas blancas revoloteaban a su alrededor. Mariposas que han desaparecido en cuanto el tranvía ha llegado a la estación.

Sorprendidos, hemos subido a él, y saludando a los extrañados vecinos, que cada día hacen conmigo el mismo recorrido, he buscado un sitio en la penúltima fila, como siempre. El asiento estaba helado y parecía que alguien hubiera estado jugando con la tapicería del asiento de al lado y se hubiera dedicado a deshilachar todas sus puntas. Cuando he mirado bien, he visto unos ojillos tristes y rojos que me miraban desde un agujerito en medio del asiento. Y una boquita que me ha dicho: "si bajas ahora, todavía podrás salvarte, pero tienes que bajar tú solo"
Yo le he preguntado de qué estaba hablando pero los ojillos han empezado a desvanecerse...
Corriendo por el tranvía, he pedido al conductor, Jaime, un chico muy agradable, que vive dos calles más abajo de la señora Ofelia, la abogada que me defendió en aquel caso de las verduras desaparecidas, que parara. Jaime me ha mirado como si me viera por primera vez y me ha dicho que eso era imposible, que allí no había ninguna estación. Yo le he insistido, por favor, que parara, que era una emergencia. Él me ha mirado extrañado, pero al final ha parado y me he bajado corriendo.

Para mi sorpresa, al mirar a mi alrededor me he dado cuenta que no estaba donde debería estar. Aquello no se parecía en absoluto al cruce de la calle del Buen Humor con la Avenida de las Orquídeas. Todo a mi alrededor era un campo verde, hasta donde alcanzaba la vista no había más que alta hierba y algún que otro solitario olivo. Un calor sofocante quemaba la nariz y la garganta al respirar. Y allí en medio de todo este verde, subido en un enorme tocón, un enano rojo saludándome a lo lejos. Al llegar a él me dice que me ha traído allí porque durante el día de hoy, el último del año, iban a pasar cosas. Yo le he preguntado qué clase de cosas y el enanito rojo, mirándome a los ojos, fijamente, como nunca me había mirado ningún enanito rojo, me ha dicho:

“Hoy, los deseos de muchas personas se van a cumplir. Eso puede tener consecuencias maravillosas o consecuencias catastróficas, lo que sí está claro es que durante el día de hoy van a ocurrir cosas magníficas. Pero, tienes que tener cuidado, los saltamontes azules merodean por la ciudad. Están dispuestos a arruinar las ilusiones de las personas.”

Sin saber muy bien que decir, le he preguntado qué había que hacer para escapar de los saltamontes y me ha dado un extraño reloj, un reloj que no tenía agujas y en vez de números tenía letras que iban moviéndose por toda la esfera. Me dijo que entendería como funcionaba en el momento en que realmente lo necesitara. Ahora mismo lo tengo aquí, encima de la mesa y mientras lo miro, roto, destrozado, pienso en lo poco que ha faltado para que no pudiera salir de allí con vida.

Después le he preguntado que había que hacer para que se cumpliera un deseo y me ha explicado que había que pensar en ello durante un minuto, y después, borrarlo de tu mente. Lo he intentado, ha sido muy fácil cerrar los ojos y pensar en ello durante un minuto, pero luego me ha sido imposible borrarlo de mi mente. Creo que no seré capaz de hacerlo jamás.
Cuando he vuelto a abrir los ojos, todo cuanto no debería estar ahí, en el cruce de la calle del Buen Humor con la Avenida de las Orquídeas, se había esfumado. Todo había vuelto a la normalidad. Todo, excepto una nube azul que en ese momento se dirigía hacia donde yo estaba. Una nube dispersa, distorsionada, como de miles de saltamontes azules moviéndose a la vez de un lado a otro.

¡SALTAMONTES!

He empezado a correr todo lo rápido que mis piernas me han permitido, aún cansadas por haber corrido el sábado buscando la salida del supermercado cuando me perseguía una policía con cara de buldog asesino.
Al girar la esquina de la calle Buenavista me he dado de bruces con lo que parecía un enorme pastel de cumpleaños. Bueno, no lo parecía, de hecho, lo era. Viendo que la única solución era desaparecer de la vista de los saltamontes, me he tirado al pastel y me he escondido dentro. Lástima que fuera de nata, que no me gusta. Creía que estaría a salvo, pero no imaginaba que a los saltamontes les podía gustar TANTO la nata. De repente, he empezado a oír el sonido de miles de saltamontes comiéndose el pastel donde yo me creía tan bien refugiado. El rechinar de sus patas frotándose unos contra otros era como el sonido de un cuchillo de carnicero al pasar por la piedra de afilar. Un minuto. Eso es lo que han tardado en comérselo, minuto que yo he aprovechado para cerrar los ojos y pedir mi deseo. He deseado que cuando terminaran de comerse el pastel todos los saltamontes reventaran de gordos. No ha funcionado, claro está. Un saltamontes nunca tiene suficiente. De repente, como de un sueño, he despertado al notar el pellizco en mi muñeca. ¡Me había mordido un saltamontes! ¡Y ahora estaba mordiendo el reloj! Sin saber cómo, he empezado a pasar el dedo de un lado a otro de la esfera componiendo dos palabras que ahora mismo no tienen ningún sentido para mí:

Quaedam Acies

De repente, el silencio… El saltamontes del reloj ha empezado a saltar furioso sobre el reloj, destrozándolo por completo. Las letras brillando en la esfera, una por una. Cuando la última letra ha dejado de brillar, todo se ha esfumado, las calles, los saltamontes, el cielo… y he empezado a caer, caer, caer…
Todo a mi alrededor era confuso, vago… me ha parecido ver caras de gente asustada, mirándome con temor, peces que volaban por encima de las nubes, un arco iris por encima de una torre de vigilancia, una botella de vino medio vacía ¿o estaba medio llena? Unas manos diciendo adiós, el huso de una rueca dentro de un sombrero de copa… Después todo ha empezado a dar vueltas a un ritmo frenético. La cabeza me dolía tanto como si me estuvieran dando martillazos, mis oídos estaban a punto de reventar por culpa de la presión y de repente, todo ha parado en seco.
Silencio, viento, gente andando… estaba en la puerta de mi trabajo con un nota en la mano. Un papiro escrito a mano con las palabras:

Placide Consto Nequeo Tergo Soleo

Un escalofrío me ha sacudido la nuca y la sensación de peligro se ha adueñado de mi espíritu. Solo espero que durante el día de hoy no vuelva a suceder nada extraño.

Mi deseo se ha cumplido y sigo con vida, pero mi compañero todavía no ha llegado. Debería alertar a las autoridades. Vaya forma de acabar el año.


el chico detrás de la cortina

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Por Dios! Estamos ante todo un artista!! Ya me he agregado el blog a mis favoritos!
Estos enanitos rojos y saltamontes azules son una Alicia en el País de las Maravillas superado. Felicidades! Mon

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