la puerta negra


Ayer estaba haciendo limpieza en casa, me puse a ordenar los armarios de la cocina y empecé a sacarlo todo y dejarlo en la encimera. Ollas, sartenes, cajas de metal vacías, latas de conservas, harina, pan rallado, pasta, moldes para pasteles, comida y cacharros varios.
Estuve limpiando a conciencia el interior de los armarios, quitando los trocitos de chocolate, el polvo de harina y los plásticos y papelitos que a saber como habían llegado ahí. Cuando terminé, devolví las cosas al armario y al ir a meter uno de los moldes de cristal para hacer pasteles (mi favorito, por cierto) le di un golpe demasiado fuerte contra la pared del armario. Por suerte no se rompió, pero hizo un ruido bastante extraño. Empecé a dar golpecitos por todo el armario y pude confirmar que en ese trocito donde había golpeado el molde, la pared sonaba diferente. Era un sonido duro, frío, seco… Pensé en desmontar la pared del armario, pero, la verdad, me dio mucho palo solamente de pensar que tendría que volver a montarlo. Así que lo dejé como estaba. Quizás solo era una baldosa rota…
Esta mañana, al despertarme, he notado una ligera molestia en los brazos, pero no le he dado importancia. Luego, he ido, como cada mañana, a prepararme el desayuno…
Al entrar en la cocina, todavía medio dormido, he descubierto que el armario estaba descolgado. Al volver a notar la molestia en los brazos, los he mirado y he visto que tenía algunos arañazos. He supuesto que durante la noche me habría levantado, sonámbulo, a retirar el armario. Menuda faena…
Todavía aturdido por la confusión del momento me he preparado el desayuno y he desayunado, de pie, en la cocina, cosa que no hago nunca, bajo ningún concepto. Me gusta sentarme al lado de la ventana con las persianas subidas y las cortinas corridas, mirando como la calle, la gente, el cielo y todas las cosas se preparan para el nuevo día. Uno de los panecillos de Viena con mermelada se me ha caído al suelo, por el lado de la mermelada, como no…
Miraba el lugar donde se suponía que tenía que estar el armario. En su lugar había un trozo de pared vacía y justo en medio, una pequeña puerta de hierro. Era de un color muy oscuro, como envejecido, y con algunos signos de oxidación, como si llevara allí toda la vida. Tenía un pequeño pomo dorado con un relieve muy fino de rayas girando hacia el interior, y debajo de él, una pequeña cerradura dorada de forma ovalada.
Parecía un ojo.
De pie.

Con la taza de café en la mano no podía dejar de observar la puertecita.
¿Cuanto tiempo llevaría ahí?
¿Porque estaba ahí, escondida, detrás de un armario de la cocina?
¿Quién la habría puesto allí?
Si había una cerradura, habría una llave…
¿Qué había pasado con ella?

Y lo más importante…

¿qué había detrás?

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